
Quién pudiera penetrar en tu puerto,
para, mi ancla, en tu lecho soltar

y el timón, de tu cuerpo, apresar.

tu barquita, que al viento se mece;
y, pirata insaciable, tomar
el botín, que escondido tuvieses.
Asombrada, quizás me tomaras,
por marino salvaje y vulgar,
que, ignorante, una perla encontrara
y a las aguas volviera a lanzar.

ya cansado del agua surcar,
necesita, cual viejo guerrero,
un lugar para, al fin, descansar.
No le atrae el amor de los muelles,
no es el mismo pirata de mar
que, a su antojo, tomó mil mujeres;
sólo aspira tu amor alcanzar.

con amor le permites entrar,
ya su barco encallado en tu orilla,
nunca más volverá a navegar;
y, esa perla, para él tan querida,
¡para siempre la va a conservar!
Jesús Núñez León
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