LA MAESTRA DE MI HIJO
Conocí a la maestra de mi niño
y el recuerdo de sus ojos me persigue,
me impactó que lo abrazara con cariño,
su hermosura todavía en mi ser vive.
Soy un hombre soltero y con un hijo,
al cual me he dedicado como padre;
su progenitora no quiso el sacrificio
de ser mujer, ama de casa y madre.
Hace años que me encuentro sin pareja
y jamás me ha perturbado tal cuestión,
pero siento que mi alma me aconseja
que debo hacerle caso al corazón.
Y armándome de valor, una mañana,
le pregunté si quería ser mi invitada;
le ofrezco un pastel rico de manzana,
una taza de café y unas tostadas.
Me deslumbró su sonrisa, cuando dijo
que aceptaba mi cordial invitación;
si es tan encantador como su hijo,
yo no dudo que será un buen anfitrión.
Nervioso estaba, cuando tocó a la puerta
y fue imposible ocultar mi admiración;
bellísima, saludando desenvuelta,
con su boca de un rojo bermellón.
Bienvenida, majestad, pase adelante
y vi en sus ojos la mejor puesta de sol;
su alba tez rocé, con un beso galante,
y sus mejillas se tiñeron de arrebol.
No había sido en mucho tiempo tan feliz,
disfrutamos de una real tarde de ensueño;
y al despedirnos, bendigo ese desliz,
besé sus labios y sentí que era su dueño.
Dichoso, le confesé que la adoraba
y al mes siguiente el cura nos bendijo;
jubiloso entre los brazos de mi amada,
¡y educando entre los dos a nuestro hijo!
Jesús Núñez León.