LA PRESA QUE BUSCABA
¿Recuerdas cuando ardiente te besaba
y prudente, por recato no avanzaba?;
ansiosa me dijiste, ¿por qué paras?,
¿no era esta la presa que buscabas?
Ese era el acicate que esperaba,
la oscuridad total nos amparaba;
tus escondidas partes ya palpaba
y ardorosa, tus ganas me arengaban.
Gracias mi amor, balbuceante te decía,
un torrente de ardor me consumía,
tu cuerpo con los ojos me comía
y tus piernas deseosas se entreabrían.
Y noté cómo de color cambiabas,
cuando vi que tus pechos se erectaban;
ante mí desafiantes se mostraban
y hacia ellos, goloso me lanzaba.
Tus gemidos griticos se volvían,
mientras frenético, yo te desvestía;
no alcanzaba a descifrar lo que decías
y eso mucho más me enardecía.
Y al fin estabas ante mí desnuda,
núbil capullo en toda su hermosura;
por un instante te quedaste muda,
cuando mi arma hurgaba en tu espesura.
De tus labios un quejido se escapó,
mi pasión, tus defensas derribó;
tu bastión indefenso se quedó
y mi ariete en tu guarida penetró.
Y empezaron de nuevo tus gemidos,
que de ansias colmaban mis sentidos;
y con tu himen por mí ya sometido,
escuchóse de tu boca un alarido.
Cabalgué a rienda suelta por tus prados,
me encantó presenciar tu desenfado;
y a mi oído dijiste, mi adorado,
condúceme al cielo que está despejado.
Fueron tus palabras, de amor consumado,
besándome fuerte, me dijiste: amado
al hacerme tuya, ¿ves lo que has logrado?,
¡quiero ver de nuevo mi huerto inundado!
Un manjar distinto, jamás he probado,
tus delicias las amo demasiado;
adicto a lo que a diario he degustado,
¡y más de ti, cada vez enamorado!
Jesús Núñez León.