Una niña, de límpido mirar,
por la calle caminaba abstraídamente;
cuando un hombre, desde el pórtico de un bar,
un piropo le lanzó, atrevidamente.
El corazón a la niña le dio un vuelco
y miró a aquel tunante sorprendida;
se agolpó, presurosa, en sus mejillas.
A sus labios llevó su blanca mano;
inocente, asustada y confundida.
Los latidos de su pecho, acelerados,
por aquella situación jamás vivida.
Y, angustiada, cual gacela acorralada,
a su alcoba, prontamente, se volvió;
y, el espejo, sus turgencias aniñadas,
de incipiente mujer, le devolvió.
Y, en su rostro dibujóse extraña mueca;
y, nubláronse sus ojos por la pena;
y, en silencio guardó todas sus muñecas,
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