Quiera Dios,
que me pudiera apoderar de tu hermosura
para envolverte, adorada, con mi manto
y disfrutar, sólo yo, de tu ternura;
¡ser el amo y señor de tus encantos!.
Quiera Dios,
que, en mi pecho, te durmieras dulcemente;
para besar tu cabellera igual que el viento,
y sentir la tibia brisa de tu aliento.
Quiera Dios,
que me desearas, como yo, con ansias locas;
que tus brazos, con pasión, me entrelazaran;
que tus labios se fundieran con mi boca;
Quiera Dios,
que lograra cabalgar tu yegua fina,
admirar la elevación de tus colinas
y el perfecto cincel de tus palmeras.
Quiera Dios,
que el dominio absoluto yo tuviera,
del radiante fulgor de tus luceros,
de la caricia sensual de tus veredas,
¡de la ardiente oquedad de tus senderos!.
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