viernes, 14 de enero de 2011

LOS HIJOS ABANDONADOS


LOS HIJOS ABANDONADOS

A un pueblecito apartado
y del cual no diré el nombre,
a la hora en que se esconde
el sol de mayo a dormir,
llegó para allí vivir,
una vez un joven hombre.

Que era poeta y señor
pronto quedó demostrado
y, en aquel pueblo olvidado,
su inspiración floreció
y a todos él cautivó
y por todos era honrado.

Y comienza aquí esta historia,
de tragedia y de dolor;
cuando en desdichado amor
una muchacha inocente
se enamora locamente
de aquel joven soñador.

La más linda florecilla
que hubieran visto sus ojos,
en su piel hubo el sonrojo
de la doncella castiza,
cuando una vez en la misa
se cruzaron sus antojos.

Desde entonces, la pasión
los envolvió en torbellino;
fiel creyente en el destino,
pensaba que era tan bella,
que el casamiento con ella
era del cielo el camino.

Y la boda se fijó
y, con afán infinito,
mil manjares exquisitos,
los del pueblo prepararon;
todos lo consideraron
un matrimonio bendito.

Y allí estaba en el altar,
recio, gallardo, contento;
y a su lado el firmamento
se iluminaba con ella,
la más rutilante estrella
de todito el universo.

Los dos vestidos de blanco,
en la alfombra se arrodillan;
los corazones suspiran
cuando él la mira a los ojos
y un inocente sonrojo
arrebola sus mejillas.

El sacerdote aparece
iniciando su ritual,
se dirige hacia el altar,
se persigna levemente
y se vuelve hacia la gente
la boda ya va a empezar.

Y en ese instante preciso,
proveniente de un anciano,
se oye un grito sobrehumano:
“la boda no puede ser,
es pecado ese querer,
hija mía él es tu hermano”.

La bella niña miró
con angustia hacia el anciano
y al pecho llevó su mano,
como por un rayo herida
y se le escapó la vida
en los brazos del hermano.

Y aquel galán soñador,
viendo muerta a su adorada,
con la razón desquiciada
por el dolor más profundo;
ignorando a todo el mundo,
se inmoló junto a su amada.

El anciano entre sollozos,
con el alma estremecida,
también entregó su vida;
pues, el viejo corazón
no resistió la emoción
tanto tiempo contenida.

Todo aquel pueblo lloró
el desenlace fatal
y así comenzó un ritual
de aquella gente sencilla,
una tumba en la capilla
y cada año un funeral.

Y desde entonces, allí,
si un enlace es celebrado,
todo el pueblo emocionado
se arrodilla con fervor,
a pedir al cielo por
los hijos abandonados.


                        
Jesús Núñez León.


































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