Una vieja, por los años encorvada,
estrecha temblorosa mi retrato;
y le implora al Señor, con fe abnegada,
que le cuide, por siempre, a su muchacho.
Sé que sufres, madrecita, inmensamente;
cómo quisiera, hoy, estar contigo;
y que vibres de dicha, intensamente,
con la sola presencia de tu hijo.
Me sangra el corazón profusamente,
encerrado en esta celda injustamente,
no puedo homenajearte hoy en tu día.
Suplico tu perdón en estas letras,
recíbelas tan sólo como muestra,
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